Viernes, 08 de Enero de 2016
DARIO VILLANUEVA | Publicado en El Correo Gallego
HACE unas semanas, el embajador de Japón en España, en su discurso de celebración de la fiesta nacional nipona que conmemora la fecha del natalicio del Emperador, se mostraba, con razón, satisfecho de la creciente presencia no solo económica y turística de su país en España, sino también cultural, fijándose en el considerable incremento de los restaurantes japoneses y, en general, en la aceptación por nuestra parte de su gastronomía, argumento que ratificaba con una afirmación que a mí me resultó especialmente grata: que nada acompañaba mejor a un buen sushi que un plato de percebes.
Son muchas las aportaciones culturales que nos llegan de aquel gran país oriental, y una de ellas, acaso la más destacada en su terreno, tiene que ver con su literatura. Me refiero a la forma literaria del haiku, brevísimo poema sin rima compuesto por tres versos de cinco, siete y cinco moras o sílabas, respectivamente. Un prodigio, pues, de concisión, un auténtico fogonazo lírico referenciado en cada caso hacia una de las cuatro estaciones del año. En sus orígenes está en el zen, que inspiró en el siglo XVIII al monje budista Matsuo Bash, el gran popularizador de los haikus en el Japón.
En español han sido cultivadores destacados del género Octavio Paz, Jorge Luis Borges, Mario Benedetti o Juan Ramón Jiménez. Y siempre me he sentido orgulloso, como lector y profesor de Literatura comparada, de que en nuestra Universidade de Santiago de Compostela una de nuestra eminencias en el campo médico de la pediatría, el doctor Manuel Pombo, publicara en 2001 un libro titulado Haikus de los escritores muertos, que tuve la honra de prologarle, prueba de la existencia en nuestro claustro de científicos con sensibilidad, creatividad y talento literario como para tanto.
Esa positiva peculiaridad del alma mater compostelana se ratifica ahora con la publicación de los Haikus de Guillamonde (Hércules de Ediciones, A Coruña, 2015), una selección de más o menos la quinta parte de estos poemas que el no menos eminente catedrático de Derecho Natural y Filosofía del Derecho Francisco Puy escribió en su retiro familiar de Vedra, próximo a Santiago de Compostela, que da título al volumen.
La edición ha sido cuidada por esmero por la discípula de Puy Miagros Otero Parga, cuyo talento artístico en el terreno musical admiramos desde hace ya años, y la página de cada haiku del poeta viene aquí enriquecida por un dibujo ad hoc debido a Teresa Puy Fraga y su correspondiente versión gallega de Antonia Nieto Alonso.
Decía el poeta de los lagos Samuel Taylor Coleridge que poesía son las mejores palabras en el orden mejor. Esta definición minimalista no desagradaba a mi padre por su profesión de magistrado, y creo que quizá por lo mismo no le sea ajena al profesor Puy.
De seguro que le sedujeron los haikus por su simplicidad y por su concisión. Son como verdaderas epifanías líricas, auténticas revelaciones, genuinos suspiros del espíritu. Pero constituyen a la vez una declaración pública y personal del poeta, jienense de nación, de gratitud a Galicia, a su casa, familia, discípulos y amigos que nuestra tierra le dio.
Director de la Real Academia Española