Domingo, 21 de noviembre de 2021
María Viñas | Publicado en La Voz de Galicia
Su literatura delata la fascinación que sentía por las nuevas masculinidades
El dandi es, según Baudelaire, un ser de espíritu aristocrático superior, con una necesidad ardiente de originalidad -y no de cualquiera, de la que está en los márgenes de las convenciones-, refinado, bello, orgulloso y rebelde, enemigo de lo trivial y nunca vulgar, el héroe decadente por excelencia que, resulta, tenía absolutamente fascinada a Emilia Pardo Bazán(A Coruña, 1851 – Madrid, 1921). Tan singular era la autora de Los pazos de Ulloa, tan genia ella, que en su figura -y, por extensión, en su literatura– se compensaban con admirable equilibrio todas las dualidades decimonónicas: era moderna a rabiar y, al mismo tiempo, conservadora, mística y transgresora, con una mentalidad tan abierta que irremediablemente acababa gravitando sobre los antiarquetipos.
La historiadora Blanca Rodríguez Garabatos cayó en ello cuando, empapándose de su obra para argumentar su tesis Emilia Pardo Bazán y la Moda (que posteriormente se convertiría en libro de la mano de Hércules Ediciones), se topó con múltiples referencias no solo a la estética de este particular modelo masculino, presumido, irreverente y algo afeminado de finales del siglo XIX, sino también a su actitud vital: al hastío, a la atracción por lo fatídico, al talante provocador. Con todas esas referencias, la experta pardobazaniana ha trazado un inesperado ensayo en que explora la atracción de la escritora por el lado oscuro de la condición humana y todos los referentes literarios que le dieron consistencia, al tiempo que disecciona el particular catálogo de dandis que pueden encontrarse en sus cuentos y novelas y que son fruto de su más que digna aproximación a esta corriente, uno más de los tantos retos que se propuso.
«Doña Emilia era una mujer muy curiosa, que no se achantaba ante nada -señala la autora de Emilia Pardo Bazán: visiones del dandismo-. Era una mujer exploradora a la que no le importaba adentrarse en los aspectos menos bienpensantes, menos convencionales del ser humano. Y no tenía prejuicios, era tolerante, siempre en contacto con las tendencias y el clima de la época». Pero, siendo como resultó ser la coruñesa casi una autoridad en moda, ¿qué era lo que le interesaba realmente de los dandis, la actitud o la apariencia? ¿El dandismo intelectual o el estético? «Ella solía utilizar la moda como elemento narrativo. Yo creo que el dandismo como actitud le interesaba mucho -considera Rodríguez Garabatos-, porque era muy mística y asociaba el dandismo con una especie de religiosidad a la inversa, de rebeldía un poco cristiana. Pero también se ve mucho interés por su parte en esa vertiente estética, en esa forma de vestir atrevida, con rasgos de afeminamiento, con colores llamativos, asociados con complementos que tienen que ver con la insolencia».
La propia Pardo Bazán tenía un talante dandístico, apunta la investigadora: «Era muy rebelde, fumaba, por ejemplo, tenía amantes, se separó de su marido, y además entendía esa idea, que ahora parece tan moderna, de que todos tenemos un lado masculino y femenino. En ese sentido de transgresión, de atreverse a hacer cosas reservadas a los hombres, doña Emilia tiene un punto dandi, le importa todo tres cominos, o hace que le importa tres cominos, una actitud muy típica del dandismo. ¿Solo hay hombres dandis en su literatura? «Espina Porcel, uno de los personajes de La Quimera, aparte de una mujer fatal, es un dandi femenino de los pies a la cabeza -expone Rodríguez Garabatos-. Es una mujer viciosa, también fumadora, a la que le gusta vestir bien, pero con un punto transgresor. Digamos que además de las nuevas masculinidades, doña Emilia está explorando ya aquí esa nueva feminidad rompedora, a la que no le importa el qué dirán». Siempre por delante.
Los rebeldes de Doña Emilia: Silvio Lago, Mauro Pareja y Gaspar de Montenegro
Si bien en las novelas y cuentos de Emilia Pardo Bazán se identifican seis dandis de manual -Víctor de la Formoseda, Rogelio Pardiñas, Felipe María, Silvio Lago, Mauro Pareja y Gaspar de Montenegro-, personajes trazados con una gran profundidad psicológica y un espíritu sumamente tolerante (la autora se asomó a los abismos de su personalidad oscura y decadente con curiosidad intelectual y mente abierta y desprejuiciada), podría decirse que los tres grandes rebeldes pardobazanianos son los hidalgos de Memorias de un solterón y La sirena negra, y el pintor de La Quimera.
Tal y como explica Blanca Rodríguez en esta entretenida revisión de la obra de la gallega, Mauro Pareja es el vivo ejemplo del dandismo consciente, adoptado como estilo de vida, no solo caracterizado por su elegancia y esmero en el vestir, sino también por su ociosidad y el culto a su propio ego. Solterón empedernido, célibe y dedicado a su cuidado personal, rechaza el matrimonio, que ve como un obstáculo a su libertad y a su felicidad. Gaspar de Montenegro, por su parte, es un personaje rebelde, disparatado y algo chiflado, obsesionado con la belleza de la muerte. Y Silvio Lago, trasunto del pintor Joaquín Vaamonde, es un outsider que no se identifica con el mundo que le rodea, con el que la condesa quiso representar el malestar del siglo, un ansia de elevarse espiritualmente por encima del materialismo y la mundanidad.